martes, 20 de marzo de 2007



'Transexuales Somos
Los Últimos Esclavos''


al mismo tiempo. Ahora soy activista de los derechos de la mujer, no sólo porque soy mujer, sino porque he vivido en carne propia la diferencia del trato. Hoy en día, la Organización Mundial de la Salud y la Asociación Americana de Psiquiatría reconocen la transexualidad como una condición de salud. En casi todos los países la reasignación se cubre a través de la seguridad social, porque forma parte del derecho a la salud. El año pasado, en Francia ordenaron devolver los gastos a una persona por la reasignación. En el continente se hace veladamente en México, y más abiertamente, en Argentina.

Con nombre ajeno

Soy profesora de pregrado y doctorado en la UCAB y la UCV, y en las listas de profesores aparezco como Tomás Adrián, pero los alumnos se encuentran con una profesora que les da clases. Eso es discriminatorio. Tengo la gran ventaja de que mis alumnos han sido sumamente receptivos. Recibo cartas cuando termina el curso; dicen que he sido la mejor profesora que han tenido. Después de mi reasignación empecé a estudiar –desde el punto de vista jurídico– las vías que permitieran lograr la reasignación legal de manera coherente y en condiciones de no-discriminación. Hasta ahora, las reasignaciones que se han hecho, desde el punto de vista legal, fueron por rectificación simple de partida. Eso significa que a una persona que no tiene estudios y que no tiene una situación documental compleja, se le soluciona su problema porque tendrá una partida, cédula y pasaporte. Aunque eso se hace desde los años 70, con el actual gobierno no se ha hecho ninguna, porque hay jueces que dicen que es una aberración. En mi caso es más complejo, porque tengo estudios, diplomas universitarios, he sido contribuyente siempre, tengo propiedades; por razones de mi trayectoria. Por eso solicito, desde mayo de 2004, ante la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, un recurso constitucional innominado de reconocimiento de mi identidad, que no es otra cosa que el ejercicio de mi derecho a la autodeterminación como persona. Pido que, sobre esa base, se rectifiquen todos mis documentos públicos o privados para hacer coherente mi identidad con la identidad con la que se me conoce pública y notoriamente. Eso para poder ejercer en condiciones de no-discriminación todos mis derechos. La sala ni siquiera lo ha admitido o rechazado, no ha dicho nada. El expediente tiene más de 800 páginas y contiene sentencias y leyes de todas partes del mundo. El derecho a mi identidad me lo da la constitución y los tratados internacionales de los cuales Venezuela forma parte. Mientras tanto, vivo en un limbo jurídico, estoy condenada a ser indocumentada. Pienso promoverme como candidata a diputada independiente, pero ¿con qué nombre? ¿Cómo ejerzo mis derechos políticos? Ahora que soy feliz, estoy indocumentada. Primera vez en mi vida que me puedo definir como una persona feliz. Antes era profundamente infeliz, pero ahora me siento una persona coherente, soy yo para mí y para el resto de las personas, y no me despierto y veo en el espejo a una persona que no soy yo. Soy Tamara, pero aún me llamo Tomás. Mi pasaporte dice Tomás, mi cédula dice Tomás; en un restaurante entrego una tarjeta de crédito, y dice Tomás. A mi no me sirve la rectificación de partida, no es la vía idónea bajo la Constitución Bolivariana, que abrió una nueva puerta con el reconocimiento de la igualdad, el derecho de las minorías a obtener un tratamiento preferencial. Además, incorpora el derecho a la dignidad, a la reserva sobre tu vida privada.

El derecho a la privacidad

Por ejemplo, casi me quito un dedo con una puerta; fui a una clínica, pero no me querían recibir porque tengo un seguro, una cédula, y una tarjeta de crédito, con un nombre que no se corresponde con mi físico. Tengo derecho a la privacidad. ¿Por qué debo explicarle al señor de la aduana todo mi pasado, y que él entienda, para que me deje pasar con mi actual pasaporte? ¿Por qué debo explicarle a un fiscal de tránsito? Si tuviera que ir presa, ¿a dónde iría presa? Se crea una discriminación por no cambiarme el nombre. En España y en Colombia es un procedimiento ante notario, en Chile es por solicitud ante el juez, en otros países es sólo la solicitud de cambio de nombre ante un órgano administrativo. Si no te identificas con el nombre que tienes, puedes ejercer un derecho humano al cambio, pero en Venezuela no existe un procedimiento expedito. Pareciera que mucha gente pasara factura al ejercer casi un acto de inquisición; si estás en esta condición expía tu culpa: “no seas nadie, no tengas identidad, te vamos a quebrar”, como dirían los malandros. La actitud es casi punitiva. Pero siento también que la situación mejorará en la medida en que entiendan que se trata de un problema de salud, reconocido como condición por la OMS, no como enfermedad; que genera afección a la salud en el sentido integral de la palabra, y que existe un tratamiento médico con la reasignación, el protocolo. Esta condición no es un capricho, ni siquiera es una opción, porque eres una persona anulada por esa carga afectiva que representa el cúmulo de incoherencias que no puedes asumir sino en el momento en el cual decides andar hacia la transición. Es un problema de dignidad, de proyecto de vida.

La datilera del desierto

Elegí el nombre Tamara por tres razones: cuando tenía 4 años de edad, una de las personas más bellas que he visto se llamaba así. Guardaba cierta consonancia con el nombre masculino, y en la transición sólo firmaba T, sin poner nombre. Luego de que conocí el origen de Tamara (datilera en un oasis en el medio del desierto), me encantó, y con ese concepto me identifico muy bien. Lo uso públicamente desde el año 1993; en ese momento “ejercía” medio tiempo, trabajaba en un escritorio jurídico. Durante el día me disfrazaba de hombre –muy mal disfraz– y me llamaba Tomás; y en la tarde y los fines de semana, me vestía como me quería vestir. El cambio es un proceso que dura varios años. Decidí hacerlo a tiempo completo cuando un día estaba vestida con traje y corbata y me dijeron señorita. Ese día dije: ya estoy lista. Otro día, un amigo me dijo para encontrarnos en un bar, y me negaron la entrada porque era un bar sólo para hombres. Los transexuales somos los últimos esclavos. Estamos sometidos a una esclavitud tan miserable por nuestra identidad, que tenemos una estrella de David cosida. Llevamos la estrella en la cédula. Lo que hicieron los nazis con los judíos, se hace con la falta de reconocimiento de nuestra identidad. Puedes ser profundamente infeliz y frustrada como persona, o asumir ser tú, con todo lo que ello conlleva, y lograr la felicidad. Tengo una gran voluntad, no siento ninguna culpa. En este proceso perdí a familia, perdí amigos, y gané otros amigos. Sigo siendo profesora, sigo teniendo una clientela como abogada, y ése, mi éxito, no me lo perdonan.Muchos me quisieran ver muerta.